lunes, diciembre 08, 2008

Sobresaltos

Me desperté a la media noche con el sabor del vino en la boca, la música aún prendida, las luces sobre la cara y sobre mí se reincorporaron los mismos recuerdos. La mujer que amé, los vinos que no me he tomado, los poemas que nunca leí, o los que leí y recuerdo como puñaladas; la tristeza de las letras ajenas, el Barba-Jacob acechándome, preguntándome por Un Hombre.

Y yo sólo, solo con mis recuerdos al lado del pesebre como el niño Jesús que en ningún hogar esperaban. Ya ni el llanto me acude para estas ocasiones, los recuerdos, y caramba, son necesarios tres años atrás para saber lo que es una navidad feliz.

Y hace tres años la felicidad no fue genuina porque estaba plantada sobre la tristeza de la Ramírez. Solo cuatro años atrás puedo decir que fui feliz, que me cobije bajo todas las alegrías de ese día, y aunque en casa prestada, por la Ramírez ya me sentía como en la mía. Es más, mi Enana de otros tiempos, te dañé una navidad, pero te había regalado como cinco inolvidables.

Esperaba que volviera, que apareciera, que esa noche no fuera tan triste, que acaso ni Dios mismo nos pueda consolar. Y el sabor del beso que nunca le dí a la Prince, será que fue la desaventurada que se encontró conmigo, o yo el que me encontré con ella. Decapitada ya, que con los muertos no se trata. Oh, es hora de partir, comienza el conteo regresivo.

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