jueves, febrero 10, 2011

De la vida a un solo ojo



Usted tan linda se merece una rosa. Cómprale una rosa a la chava y te la conquistas. Entre las rosas, tú, la más hermosa. Daniel se acerca a los clientes, sus posibles víctimas como las llama, con un cubo lleno lleno de flores rojas, rosadas y blancas, y un puñado de piropos. Su vida se la gana caminando entre los turistas y residentes que en las noches se refugian entre el eje peatonal que comunica el zócalo con el palacio de Bellas Artes en Ciudad de México.

En nombre de las rosas, Daniel conjura todos sus males y sus enemigos. Y aunque no nació en "cuna de oro", de niño soñó con ser un hombre estudiado. O dice que cree haber soñado eso, ya que lo que le pasó antes de los 18 años es un pozo oscuro del que muy poco sabe. Del que muy poco recuerda.

Aunque su vida pasa entre delicados pétalos, las acuciosas espinas que lo acosan le exigen no bajar la guardia. No olvidar, encomendarse a diosito y pedirle que le ayude a reconocer el callejón prohibido, el chavo intocable, el paso mal dado.

Hace ocho años un amigo me dijo que era mejor vender rosas, dan más: dan más problemas y más plata, dice. Dejó los chiclets al igual como antes había dejado de limpiar parabrisas, de embolar zapatos, o de ejercer la noble labor de garrotero en un bar. Garrotero es el que hace todo lo que el dueño del bar no hace, como mover las cajas, cobrarle al cliente cabrón o sacar los borrachos que ya pagaron. O sacarle los pesos al que no ha querido pagar.

Una de las espinas de las que se tiene que librar Daniel se llama Marcelo Ebrard, alcalde de Ciudad de México, y sus políticas de restricción a los vendedores ambulantes. Cuando los cuicos (policías) se ponen pesados es mejor irse, uno siempre pierde. Muchas veces toca dejar las rosas y solo irse. Y con los clientes también, si arman bronca pos no más que irse. El cliente siempre gana.

Daniel es una persona de aspecto frágil. Luce unas gafas que le permiten ver a través de su ojo derecho como si fuera a través de una manta blanca. También tiene una colección interconectada de cicatrices que parece un mapa de un sistema metro con varias líneas. En su cuello, una marca redonda grita que alguna vez estuvo allí una sonda.

Ese día yo tenía unos zapatos Pony, bien chidos. Era un chaval de 18, fíjate. Venía de trabajar y se armó el pedo. Un cabrón que acababa de salir de la cárcel me quiso chingar y cuando se agachó para tomarlos le regalé un rodillazo. No sabía que atrás estaba su garrotero que me regaló un golpe con un bate y seis meses de coma. Dos años de recuperación y una vida de pobre buey. Tú no sabes cuate lo difícil que es la vida a un solo ojo.

Daniel habla despacio mientras come una torta de queso con carne. Se nota su esfuerzo por hacerse entendible y por pronunciar bien cada una de sus palabras. Dice que no se gana más de 200 ó 300 pesos por día con las casi seis horas de caminar, pero que es suficiente para ayudar a su madre, y a las dos hermanas. Fijate no más, una de ellas perdió toda su lana pagando la clínica para que yo me salvara. Soy un milagro.

Algún día yo quiero tener muchos pesos y recordar que vendí flores. Así como tú cuando dijiste que vendiste allá en tu país y mira, ahora me estás entrevistando. A mi nunca me habían entrevistado. Algún día yo quisiera poder olvidar que por poco y me mataron por un par de zapatillas, dijo y apuró el último bocado para seguir a la caza de enamorados que le brinden rosas a sus "mujeres bonitas".

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