viernes, julio 23, 2010

So what happened to Manuel with the accident? Did somebody hit him? :,(

Güero Dávila: According to the news he tried to avoid a big hole in the route losing the control of the car and crashing against a trailer truck. Possibly he was going over the speed limit, but the real problem was the hole. Three other people died with him, his girlfriend, a brother-in-law and a close friend. Today is the funeral.

Jaurías de ladrones en Villavicencio

Mi nombre es Andrés Felipe Torres Villegas, vivo en Bogotá y me gustaría comentarles un atraco "insólito" del que fue víctima el pasado fin de semana.

Los hechos se presentaron en Villavicencio. Mi intención al escribirles este correo es de alertar a las personas que visitan esa ciudad de que sean muy precavidos al momento de transitar allá, no es mi deseo hacer mala publicidad del lugar.

Hacía las cinco de la tarde iba en una motocicleta con mi novia por la avenida del Llano. Ante el amago de lluvia decidimos irnos hacia el hotel, ubicado en la zona de Apiay, y empezamos a buscar la salida hacia Puerto López. Giramos a mano derecha por una calle amplía que empezó a reducirse y no más de 100 metros adelante alguien nos gritó: "Es una vía cerrada". La alerta, sin embargo, fue tardía.

Dos jóvenes, tal vez mayores de 20 años, se abalanzaron sobre la moto en movimiento y nos hicieron perder el equilibrio y caer a un lado de la calle sobre un potrero. No alcanzamos a darnos cuenta de lo que pasaba cuando sentimos las manos de varias personas tratando de hurtarnos todo lo que teníamos. Cuando nos lograron quitar los cascos, tanto mi novia como yo vimos una escena propia de una película: no menos de quince personas trataban de quitarnos lo que teníamos y de quitarle a la moto todo lo que fuera posible. Era como cuando se revienta una piñata y los niños se abalanzan sobre los dulces que caen.

Nuestra reacción fue pedir que no nos hicieran daño y que se llevaran todo lo que desearan, mientras veíamos como los ladrones, casi todos niños, acababan con todo. Saltaban contra la maleta de la moto para reventarla, nos rasgaban los bolsillos para asegurarse que no nos quedara nada y nos pedían que les entregaramos hasta los más mínimos elementos. El niño que arrancó la cajuela de la moto ni siquiera parecía con fuerza para llevarla hasta que fue ayudado por tres de sus compañeros.

Gracias a un joven de unos 28 años y a una señora nos devolvieron las llaves y pudimos salir del lugar. Y aunque había pasado lo peor, en el fin de semana de tierra caliente, planeado con dos semanas de anticipación, los malos ratos no se habían agotado. En los casi 100 metros de regreso a la vía principal algunos residentes del barrio nos recriminaron haber ingresado allí, como si nosotros supiéramos dónde estábamos parados o alguna vez hubiésemos ido a Villavicencio.

En la primera esquina un hombre nos ayudó y nos dijo que era costumbre que eso pasara. "Hace como dos semanas otra moto cayo allá. La manejaba una muchacha y hasta los zapatos se los quitaron", palabras más, palabras menos, dijo el señor. También contó historias de carros y gente que se metía a la vía cerrada por error. Mientras hablaba, un vehículo particular se encaminó hacia el mismo callejón. Como pudimos le advertimos al conductor que se detuviera para que evitara correr nuestra misma suerte.

Llamamos a la Policía y nunca llegaron. Veíamos camiones, camionetas y motos con agentes circulando por la vía y aunque me lancé a la calle pidiendo auxilio solo logré que me esquivaran y siguieran de largo. Por fin vimos a dos uniformados saliendo de un restaurante que nos dijeron que eso era costumbre allá y que ellos no podían entrar.

Nosotros tampoco estábamos interesados en recuperar mucho, sólo necesitábamos ayuda. A regañadientes, los agentes nos llevaron a una estación de Policía donde el regaño del oficial encargado no nos hizo sentir tristeza de haber sido atracados, sino rabia de haber decidido ir a Villavicencio. Bajo el ataque de nervios que teníamos no entendíamos cuál era la diferencia entre Policía y Fiscalia, y porque ellos no nos podían ayudar.

Llamamos a una amiga de la mamá de mi novia, la persona más cercana que teníamos en la ciudad, y con ayuda de ella pudimos ir a la Fiscalía a poner la denuncia. De regreso al hotel nos enteramos que Santa Fé no es la única boca del lobo allá y que las ollas existen por doquier en esa urbe: tienen sus nombres, su jurisdicción y hasta su modus operandi propio.

Espero esta historia les sea de utilidad y pueda servir para que las autoridades ubiquen a la entrada del Santa Fé un letrero que diga Vía Cerrada, ya que ni la Policía, ni el Tránsito, ni la Fiscalía, nos dieron una razón clara de porque no existe un aviso que permita evitar estos atracos.

Muchísimas gracias señores periodistas, y me alegrará mucho si este mensaje puede evitar que otros turistas pasen igual suerte.